lundi 12 novembre 2012

'Moral burguesa' y revolución

El discurso de autoinculpación de Padilla, los interrogatorios de la Brigada 2506 y un libro de Rozitchner: en busca de una "moral burguesa".


Duanel Díaz Infante | DDC

Lewisburg | 11-11-2012 - 5:13 am.

Mucho contribuyó a la leyenda negra de la dictadura de Batista aquella narrativa que en los años sesenta recreó la lucha antibatistiana en las ciudades. En "El torturado" (Días de guerra, 1967) Julio Travieso relata, por ejemplo, una sesión de tortura a un militante de la clandestinidad, a partir de las declaraciones de los policías involucrados, que han sido arrestados tras el triunfo de la Revolución. Luego de representar de manera extremadamente gráfica el sadismo de los sicarios, el cuento termina con la condena al principal de ellos "a la pena máxima… La Habana, 10 de enero de 1959".
Aquí, la violencia "blanca" de la justicia popular contrasta con la perversidad de las torturas; rápida, la muerte por fusilamiento se opone a la horrible muerte sufrida por el muchacho del cuento. Todo ello viene a representar una clausura y un nuevo comienzo, la partición de aguas entre la violencia ilegítima de la satrapía y la justicia del pueblo soberano.
Con su énfasis en la psicología de los torturadores, su realismo extremo, esta literatura de la violencia podía, sin embargo, derivar en lo que los marxistas llamaban "naturalismo", corría el riesgo de escamotear el vínculo entre la derrocada dictadura y la clase burguesa. Y hacia 1961, tras la declaración del "carácter socialista de la revolución", ese nexo cobraba prioridad. En 1959, el proceso es contra "los monstruosos asesinos y torturadores que con inimaginable sadismo y crueldad se han ensañado con el pueblo", como decía aquella carta abierta que un grupo de intelectuales dirigieron al presidente Urrutia el 4 de febrero en el diario Revolución; el proceso es contra la dictadura y sus sicarios. En 1961 se sienta en el banquillo la clase burguesa.
Moral burguesa y revolución (Buenos Aires, 1963) uno de los libros más originales de los tantos que se escribieron sobre la Revolución en los sesenta, documenta insuperablemente este segundo momento. Lejos de las variantes testimoniales preferidas por otros "amigos de Cuba", el argentino León Rozitchner plantaba su tienda en el árido terreno del análisis filosófico. Su objeto de estudio, sin embargo, no podía ser más inmediato: las declaraciones de los integrantes de la brigada 2506, recién publicadas por Ediciones R. en el volumen Los mercenarios, cuarto y último de la serie "Playa Girón, derrota del imperialismo".
Entre radiografía y autopsia (los "gusanos", como la señora de Lot de aquel poema de Benedetti, estaban muertos en vida, condenados a mirar al pasado irrecuperable), el libro de Rozitchner caracteriza con científica pretensión a una clase subjetivista e individualista, irrevocablemente sentenciada por la historia. Idealistas, los burgueses nunca pueden llegar a lo objetivo, a la "realidad plena"; siempre escamotean los nexos entre persona y colectividad, naturalizando la división del trabajo social.
En el capítulo "La verdad del grupo está en el asesino", Rozitchner se concentra en la figura del torturador Calviño, que había sido confrontado durante el interrogatorio por algunas de sus víctimas: "Aisladamente Calviño es un criminal que hasta a los mismos burgueses causa horror y desprecio. Pero fue solicitado por la misma burguesía para cumplir su tarea, conformado dentro de ella, y vuelve con ella para recuperar nuevamente esa función esencial que antes cumplía. Calviño, como asesino, era aquel individuo al cual una colectividad le había señalado las tareas más miserables, pero necesarias, de su sistema de existencia: él estaba en relación inmediata con la muerte y la tortura, porque el sistema requería esas muertes y torturas."
El orden burgués aparece, entonces, como un sistema dependiente de la represión policial. La función del análisis marxista es restituir ese vínculo objetivo que la mayoría de los brigadistas rompían subjetivamente: "yo no he matado a nadie", "yo no conozco a Calviño", "yo no tengo nada que ver con las torturas".
Mientras el énfasis en los "monstruosos criminales" propio de 1959 era aún "burgués" —se trataba de procesar a determinadas personas culpables de actos horrendos—, ahora de lo que se trata es de condenar a toda una clase en su conjunto. No ya exigir que "Muera quien tiñe el asfalto,/ de sangre tibia y espesa", como Severo Sarduy en una de las "décimas revolucionarias" publicadas en enero del 59 en Revolución, ni decir "el nombre de los culpables/ y el nombre de los grandes traidores/ y los nombres de los crímenes/ y los nombres de los muertos/ y los nombres de los tullidos/ y los nombres de los ciegos/ y los castrados, y los mutilados", como Rolando Escardó, también en Revolución.
Con su retórica grandilocuente, contemporánea de los fusilamientos (las décimas de Sarduy estaban firmadas en 1956, pero cuando se publicaron parecía estarse cumpliendo el deseo justiciero del joven literato), estos versos ilustran bien esa idea de la dictadura como mal absoluto que, de las viñetas de Así en la paz como en la guerra (1960) de Guillermo Cabrera Infante hasta algunos cuentos de Los años duros (1967) de Jesús Díaz, la narrativa realista reproduce. Si esta literatura tiende a destacar la violencia en sí, esos instantes donde los límites del cuerpo y de la propia psiquis humana son tentados, en la crítica de Rozitchner ese momento debe ser trascendido, para descubrir detrás de él la verdad, no siempre aparente, de la dominación de clase. La tortura no es sino una de las manifestaciones de la burguesía; la antípoda de la Revolución no es ya la dictadura sino la clase burguesa.
Ciertamente, el "interrogatorio de La Habana" —como le llamó Enzensberger en un conocido ensayo— ofreció al Gobierno revolucionario la posibilidad de delimitar los campos; con sus declaraciones entre cínicas e ingenuas los brigadistas evidenciaban, a contrario, la verdad que había arribado al poder tras 1959. En el análisis de Rozitchner, la contradicción fundamental venía a equivaler a aquella otra entre oscurantismo e ilustración. "La burguesía es separación, división, ocultamiento de las relaciones. La revolución es síntesis, conexión, descubrimiento de lo que la burguesía ocultaba". La moral burguesa partía de una concepción "metafísica" de la persona: el individuo cerrado sobre sí mismo, aislado y absoluto. De ahí la "la marginalidad burguesa" ("Si tengo algún pecado es haber vivido al margen de las circunstancias…", reconocía uno de los interrogados), así como su compañero inseparable, el "escepticismo burgués", que Rozitchner señala en varios pasajes del interrogatorio.
Individualismo, Escepticismo, Marginalidad: ¿no son estos los vicios que desfilan en la autocrítica de Padilla como personajes de un auto sacramental? ¿No es la "moral burguesa", literalmente, el tema central de ese famoso discurso? Así como el "yo solo quería vivir mi vida" de uno de los brigadistas se le aparecía a Rozitchner como la quintaesencia de la moral burguesa, el "yo quería sobresalir" de Padilla alcanza a resumir la culpa del poeta, que no es otra que la persistencia de ese "origen de clase" que César López, en su intervención de aquella noche, reconocía no haber podido dejar del todo atrás (Libre, No.1, París, 1971).




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