jeudi 25 octobre 2012

La guerra hispano cubana de 1868 fue un buen negocio.


Ficha de lectura del libro, Los espejos de la reina, Juan S. Pérez Garzón y autores. Marcial Pons, Ediciones de Historia, S.A. Madrid 2004


No para todo el mundo, claro, comenzando por las víctimas de guerra, innombrables en los campos cubanos sin contabilizar y los 100 mil soldados de la península, sacrificados en aras de la soberanía y la integridad nacional. Pero para el resto de los interesados fue un espectacular negocio que duró más diez años comenzando para los hacendados negreros y terminando por los banqueros, quienes gracias al aumento exponencial del crédito a partir de 1867, fecha en la que comenzó a aplicarse en Cuba la Ley de Bancos y al uso de una moneda devaluada que trajo consigo, amasaron inmensas fortunas y haciendas.

El historiador catalán José Antonio Piquer, describe en una interesante comunicación publicada recientemente[i] titulada La Reina los esclavos y Cuba, el ambiente político que prevalecía en la isla antes de que estallara la guerra de 1868, poniendo de manifiesto como en un momento en que por razones bélicas -las guerras Carlistas- e inseguridad constitucional en la Península, se financiaron la Reina Regente y luego la propia Monarquía. 

Aunque no se tienen indicios documentales de la participación directa de la monarca, se deduce por los hechos probados que la corona sostuvo activamente la trata negrera a cambio de dinero. Gracias a la mediación de Pedro Juan de Zulueta, que se había convertido en Londres en el primer financiero de expediciones a África y principal sostenedor de su sucursal en La Habana, controlada por su sobrino Julián, ambos como pago de su lealtad fueron ennoblecidos por la Reina. 

En las capitulaciones del matrimonio oficial de la Regente esta declara un caudal de 135 millones de reales, obtenidos directamente gracias a las asignaciones cargadas a las cajas de Ultramar[ii] Antes de 1868 constan numerosas intervenciones en los negocios cubanos por parte de la Reina madre, que no dudaba en conceder puestos de senadores vitalicios a todos aquellos cubanos que la ayudaron a enriquecerse. Fueron años fastuosos en que numerosos capitanes generales contraían matrimonio con las ricas herederas de las familias criollas como Francisco Serrano (capitán General entre 1859 y 1862) y su sucesor Domingo Dulce que en 1867 contrajo matrimonio con la condesa viuda de Santovenia, una de las grandes fortunas esclavistas del país.[iii]

El tesoro de la Isla sufragó igualmente las aventuras de Prim en México y el descalabro en la Española, costeadas ambas con las arcas del tesoro cubano. Pero esto no fue todo, según este autor  “el trasvase de capitales acumulados en la Antillas constituyó un factor de primer orden en la evolución de la sociedad española de la época isabelina”[iv]

Coloridos personajes vivieron y tuvieron una influencia decisiva en aquellos años como fue el caso de Julián Zulueta, un hombre que bajo el amparo de la corte estaba en el centro de todos los negocios legales e ilegales de la época. Prueba de ello, es que cuando se vio implicado su nombre en una expedición de esclavos en 1853 –la trata estaba formalmente prohibida desde 1845- el entonces Capitán General Valentón Cañedo, lo arrestó para someterlo a juicio; pero Madrid envió enseguida una orden de destitución para éste y la gracia sin condiciones para Zulueta.[v] 

El tráfico de influencias explica perfectamente muchas de las decisiones políticas que fueron tomadas por la monarquía, aconsejada por los clanes más influyentes del momento dentro de la corte, en la persona de José Luis Alfonso, miembro del clan Aldama-Alfonso-Madan, uno de los más ricos de la isla y cuñado del también cubano José Güell y Renté (marido de Josefa Borbón y Borbón-Sicilia, hermana del Rey consorte)[vi] 

La consolidación del trono de la joven Reina se hizo con el oro de la Antillas la que durante su minoría de edad recibió como parte de su asignación de las cajas de La Habana la suma de 100 millones de reales para constituir su capital personal, puesto que el patrimonio real después de la revolución era privativo de la nación. Todo este dinero llegaba a la península a raudales (en total 82 millones de pesos fuertes) gracias a la intervención de los intendentes de La Habana, que tras la exitosa reforma de Hacienda llevada a cabo proporcionaban al tesoro los recursos financieros conocidos como los “sobrantes de Ultramar” indispensables a la corona. Alrededor de estas libranzas y para poder atender urgencias, el gobierno se comprometió operaciones de crédito a los que otorgaba una rentabilidad de 18 por cien.[vii]

Todo esto explica por qué fueron expulsados los diputados a Cortes en 1837. Resulta evidente la imposibilidad de aplicar al mismo tiempo un orden constitucional, que suponía poner fin a la Trata, clave de la prosperidad de la isla y de los traficantes de mano de obra, quienes garantizaban una gran parte de aquellos “sobrantes” vitales para conseguir la supervivencia de la monarquía. Según Piquer, el sistema político de la época permitía al ocupante del trono la capacidad de cambiar gobiernos a su antojo, proponer cargos  y empleos, así como favorecer u obstaculizar determinadas políticas.[viii]




[i] Isabel II: Los espejos de la Reina. Juan S. Pérez Garzón y autores. Marcial Pons, Ediciones de Historia, S.A. Madrid 2004
[ii] P.104
[iii] P.103
[iv] P.107 obra citada
[v] P. 106 
[vii] P.95
[viii] 99

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